sábado, 26 de septiembre de 2009

Te odio

Nunca te dije que te odio. No te aguanto ni a ti ni a tu estúpido hijo gordinflón.

Cuando murió mi esposa, me sentí sólo hasta que te conocí. No me importó que estuvieras divorciada y tuvieras un hijo. Eras encantadora.

Después de casarnos, te convertiste en un ser insoportable. Desordenabas mis libros, me estropeabas el ordenador cada dos por tres, los días que había partido, traías a las zorras de tus amigas, y os adueñabais de la tele del salón, si me compraba ropa que no te gustaba, la tirabas a la basura, y para rematar, ponías la música a toda hostia a la hora de la siesta. Sobre tu hijo ¿qué puedo decir? Es un mocazos de ocho años incapaz de atarse sólo los zapatos, que no hace más que molestar. El puto niño no habla, vocea, deja todo pringoso con sus dedos llenos de porquería, sus trastos están tirados por todas partes, y por si fuera poco, me despierta los domingos por la mañana, para que le lleve a unas clases de música que es incapaz de aprovechar.

Estoy convencido de que estas deseando que nos divorciemos, seguro que el juez te concede la casa que he pagado con mi sueldo. Por desgracia para ti eso no va a pasar. La toxina que hay en tu organismo te matará en unos segundos. Divertido ¿verdad? Pues eso no es nada, más divertido va a ser cuando juegue con tu hijito, y le arranque la cabeza.


Diego Escudero

domingo, 20 de septiembre de 2009

El último viaje

Migraremos a Saturno, surcáremos las estrellas, volaremos lejos y seremos libres. Todo el poder del mundo está aquí, en nuestras manos, y cuando lo usemos, sentiremos las maravillas de la vida.

Estas fueron las últimas palabras que Marcos dijo antes de morir de sobredosis. En su vida fue todo esclavitud. Era esclavo de sus miedos, de sus fracasos, y de la sucia jeringuilla que le hacía ver todo de forma distinta, y que hizo que nunca más volviera a ver nada.



Diego Escudero