miércoles, 21 de julio de 2010

Mis putos amigos

Nunca volví a tener amigos como los que tuve cuando tenía doce años, y me alegro mucho porque más que amigos eran una tortura. Pablo además de pegarme mocos se tiraba pedos a todas horas, Clara no dejaba de hablar a gritos de vestiditos y cosas de niñas, y Tino siempre manchaba mis dibujos con sus manos mugrientas.

Lo que más me jodía de mis amigos era el apodo que me habían puesto. Los muy cabrones me llamaban psicópata. Me irritaba tanto que me llamaran así que me vi obligado a tomar medidas, y ahora sus cuerpos descansan junto a mis anteriores víctimas. Después de librarme de ellos tomé una de las decisiones más inteligentes de mi vida. Jamás volvería a tener amigos.


Diego Escudero

sábado, 17 de julio de 2010

Hoy he vuelto a sonreir

El sol brilla, los pajaritos cantan, y el puto despertador vuelve a joderme la vida. Me levanto encabronado, estoy harto del subnormal de mi jefe, de escuchar las payasadas del pelota de mi supervisor, y de ser infravalorado constantemente.

Cuando subo al bus para ir al curro veo las mismas caras de siempre. Viajo rodeado de personas amargadas que viven atrapadas por la rutina de un trabajo que odian. Toda esta gente me da mucha pena porque yo también siento lo mismo que ellos.

A las ocho llego al trabajo, y en la entrada está el hijo de puta de mi jefe mirándonos con gesto de superioridad. El muy cabrón se debe pensar que es un dios o algo así, pero no lo es, y yo se lo pienso demostrar. Delante de todo el mundo me dejo llevar por la ira y le pego una hostia en toda la cara. Sé que esto me causará problemas. Acabaré en la calle, y tendré una denuncia por agresión, pero por un momento he sido la persona más feliz del mundo, y después de mucho tiempo, he vuelto a sonreír.


Diego Escudero

domingo, 18 de abril de 2010

La chica del paraguas rojo

La chica del paraguas rojo era muy atractiva. Todo el mundo se fijaba en ella. Los hombres la miraban con deseo, y las mujeres con envidia. Su vestido rojo resaltaba sus curvas perfectas, su dulce aroma inundaba el aire a su paso, y el sensual movimiento de su cuerpo al andar la hacía irresistible. Además de ser muy hermosa, tenía algo especial, mágico e incomprensible. Aquella chica era un hada.

La joven se dirigía hacia la oficina de Raimundo Jiménez. Como cualquier hada, quería ayudar a los mortales, y Raimundo era un hombre muy infeliz. Cuando llegó a la oficina la puerta estaba cerrada con llave. Llamó varias veces sin recibir respuesta alguna, y decidió entrar por sus propios medios. Recurriendo a sus capacidades sobrenaturales sopló suavemente en la cerradura y la puerta se abrió. Nada más entrar, la muchacha comenzó a examinar el interior de la oficina, y no le gustó lo que encontró. Sobre una mesa había pruebas de que Raimundo planeaba desahuciar a varias familias humildes. Quería construir una urbanización de lujo en el lugar donde estaban sus casas, y conseguir grandes sumas de dinero a costa del sufrimiento ajeno. Después de examinar la oficina, el hada se sentó en una silla. Esperó a que Raimundo volviera, y al cabo de dos horas, vio como entraba por la puerta.

-Mi nombre es Crystal y he venido para ayudarte, –dijo la joven- pero no te lo mereces.

Raimundo quedó perplejo al ver como en la mano de Crystal un revolver surgía de la nada. El hada apretó el gatillo, y Raimundo cayó al suelo con un orificio de bala en la frente.

La intención de Crystal era ayudar a los mortales, y acababa de hacerlo

Diego Escudero

lunes, 12 de abril de 2010

Mil voces

Perdí el vuelo y tuve que pasar otra noche en el aeropuerto. Cada vez que necesitaba subir a un avión, escuchaba miles de voces que me atormentaban. Sólo había una forma de hacerlas callar, obedecerlas. Una vez que cumplía sus órdenes, las voces me dejaban tranquilo, pero era incapaz de recordar lo que me habían mandado.

Mientras esperaba al próximo avión, uno de los empleados del aeropuerto se acercó a mí.

-Ha tenido suerte de perder el vuelo –me dijo- el avión ha explotado en el aire.

En ese momento me sentí aterrado al escuchar algo que nadie más podía oír. Miles de voces reían en mi mente.


Diego Escudero