Nunca volví a tener amigos como los que tuve cuando tenía doce años, y me alegro mucho porque más que amigos eran una tortura. Pablo además de pegarme mocos se tiraba pedos a todas horas, Clara no dejaba de hablar a gritos de vestiditos y cosas de niñas, y Tino siempre manchaba mis dibujos con sus manos mugrientas.
Lo que más me jodía de mis amigos era el apodo que me habían puesto. Los muy cabrones me llamaban psicópata. Me irritaba tanto que me llamaran así que me vi obligado a tomar medidas, y ahora sus cuerpos descansan junto a mis anteriores víctimas. Después de librarme de ellos tomé una de las decisiones más inteligentes de mi vida. Jamás volvería a tener amigos.
Diego Escudero